sábado, 2 de mayo de 2015

La historia de Teddy y la maestra Thompson

Esta es una historia que ocurrió hace muchos años sobre una maestra de escuela:

La joven señorita Thompson se puso frente a su clase de quinto el primer día de colegio y les dijo a sus alumnos una mentira. Como casi todos los maestros miró a sus alumnos y les dijo que les quería a todos por igual, pero eso era imposible porque, en la primer fila, desplomado en su asiento había un chico llamado Teddy Stallard.

La señorita Thompson había observado a Teddy por el colegio el curso anterior y había notado que no se llevaba bien con los otros niños, que su ropa era un desastre y que siempre iba sucio. Teddy podía resultar desagradable.

Llegó a tal punto que la profesora disfrutaba calificando sus trabajos con un rotulador grueso y rojo, haciendo grandes tachones para al final, poner un suspenso en grandes letras en la parte de arriba.

En el colegio, donde la señorita Thompson enseñaba, le pidieron que revisara los expedientes anteriores de todos sus alumnos. Ella dejó el de Teddy para el final. Sin embargo, cuando por fin abrió su expediente le esperaba una sorpresa: La maestra de primer curso de Teddy le había escrito en su expediente: "Teddy es un niño brillante y muy risueño. Sus deberes están bien cuidados y tiene buenos modales. Estar a su lado produce alegría"

La maestra de segundo había escrito: "Teddy es un alumno excelente, muy querido por sus compañeros, pero está preocupado porque su madre padece una enfermedad terminal y su vida en casa debe ser muy difícil"

Su maestra de tercero había escrito: "La muerte de su madre le ha afectado mucho. Intenta esforzarse, pero su padre no parece interesarse mucho por él, y su vida familiar empezará a perjudicarle si no se hace algo al respecto"

Su maestra de cuarto escribió: "Teddy es retraído, no muestra interés en clase, no tiene muchos amigos, incluso a veces se queda dormido"

A estas alturas, la señorita Thompson se dio cuenta del problema que tenía el niño y se sintió avergonzada.

Todavía se sintió peor cuando sus alumnos le llevaron regalos de navidad, todos envueltos con preciosos lazos y papeles brillantes, salvo el de Teddy. Su regalo estaba mal envuelto con un papel de verdulería. La señorita se esforzó mucho para abrirlo en medio de los otros regalos. Algunos niños se echaron a reír cuando ella descubrió un brazalete con piedras de imitación al que faltaban algunas y un frasco con sólo un cuarto de perfume en él.  Pero ella acalló las risas de los niños al decir lo bonito que era el brazalete, poniéndoselo y echándose un poco de perfume en la muñeca.

Ese día Teddy se quedó después de la clase sólo para poder decir: "Señorita Thompson, hoy usted ha olido igual que olía mi mamá"

Después de que los niños se fueran, ella se quedó llorando al menos una hora. Ese mismo día dejó de enseñar lectura, ortografía y aritmética; y en lugar de eso empezó a enseñar a los niños.

La maestra empezó a prestar especial atención a Teddy. Conforme iba trabajando con él, su mente parecía revivir.

Cuanto más le animaba ella, más deprisa reaccionaba él.

Al final del curso Teddy se había convertido en uno de los niños más listos de la clase, y pese a su mentira, se convirtió en uno de los preferidos de la maestra.

Un año después la maestra encontró una nota de Teddy bajo la puerta en la que le decía que ella seguía siendo la mejor maestra que ella había tenido en toda su vida.

Pasaron seis años. Ella seguía en la escuela dando clase. Un día encontró otra nota de Teddy bajo la puerta. En ella decía que había acabado el instituto siendo el tercero de la clase y que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cuatro años después recibió otra carta en la que decía que, pese a que las cosas habían sido algo difíciles, había seguido estudiando, se había esforzado y que se licenciaría con las mejores notas. Le aseguró a la señora Thompson que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Otros cuatro años pasaron y recibió otra carta. Esta vez él contaba que, después de conseguir su licenciatura, decidió seguir estudiando. En la carta le decía que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida, pero esta vez su nombre era un poco más largo, la firmaba como Theodore F. Stallard, Doctor en Medicina.

Pero la historia no termina aquí. Aún recibió otra carta más esa primavera.  Teddy le decía que había conocido a una chica y se iba a casar. Le contaba que su padre había muerto un par de años antes y se preguntaba si la señora Thompson aceptaría ocupar el puesto en la boda, reservado normalmente a la madre del novio.

La señora Thompson así lo hizo y ¿sabéis qué?, se puso el brazalete aquel al que le faltaban algunas piedras y se aseguró de usar el mismo perfume que, seguramente Teddy recordaba había llevado su madre las últimas navidades que celebraron juntos.
Se reunieron y el doctor Stallard le susurró a la señora Thompson al oído:
"Muchísimas gracias por hacerme sentir importante y demostrarme que yo podía cambiar las cosas"

La señora Thompson con lágrimas en los ojos le susurró a él:

"Te equivocas, tú eres el que me enseñó a mí que yo podía cambiar las cosas. No sabía enseñar hasta que te conocí a ti"



El Vuelo de los pájaros


Un grupo de pájaros en forma de "V" cruzaba el cielo cuando a una nube le dio la curiosidad y quiso saber  a dónde se dirigían y qué planes tenían.

Esperó a cruzarse en su camino y con delicadeza, sin molestar ni entorpecer la marcha, que adivinaba que sería importante, se acercó con cuidado al último pájaro de una de las ramas de la "V" y le preguntó dulcemente:

- Dime, querido pájaro, si me lo puedes decir:

¿dónde os dirigís en un vuelo tan recto y tan largo, y qué vais a hacer allá?

El pájaro, sin dejar de volar al ritmo de sus compañeros, contestó:

- ¡Ay si yo lo supiera!. Pero no tengo ni idea. Yo no hago más que seguir a mi compañero de delante. Voy donde va él, y vuelo hacia dónde él vuela. Pregúntale a él. Él lo sabrá.

La nube se adelantó un poco, hasta llegar al pájaro de delante, y recibió la misma respuesta. Y así fue como pasando de un pájaro a otro y de una rama de la "V" a la otra, sin conseguir saciar su curiosidad.

Todos le decían que ellos no sabían nada y que preguntara a los demás, que ellos lo sabrían. Pero nadie sabía nada. Cada uno seguía al de delante, sin preguntarse nada y no podían dar respuesta.

La nube tenía cada vez más curiosidad, hasta que no le quedó otro remedio que dirigirse al pájaro de la punta de la "V" corriendo el riesgo de molestarlo y distraerlo en su importante tarea de guía del grupo. Se disculpó, y le preguntó dónde iba con todos aquellos compañeros que lo seguían. El pájaro que hacía de guía le contestó:

- ¡Qué más quisiera yo, que saberlo! No tengo ni idea de dónde vamos. Pero todos estos me vienen empujando por detrás, y no tengo más remedio que seguir volando, aunque no sepa donde me llevan.


¡Ellos lo sabrán!. Pregúntales a ellos.

La Roca


Un hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios.
El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una gran roca frente a la cabaña.
Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas.
El hombre hizo lo que el Señor le pidió.
Por muchos años, día a día, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas… y ésta no se movía.
Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano.
Como el hombre empezó a sentirse frustrado, Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a su mente:
“Has estado empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido” Le dio al hombre la impresión que la tarea haz que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso.
Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión.
Satanás le dijo:
“¿Por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible? Sólo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente”
El hombre pensó en poner en práctica esto pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos:
“Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? ”
El Señor le respondió con compasión y ternura:
“Querido amigo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste te dije que tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras"
Tu tarea era empujar. Ahora vienes a mí sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero, ¿en realidad fracasaste?
Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras.
A pesar de la adversidad has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez.
Cierto, no has movido la roca pero tu misión era empujar y confiar en mí.
Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, Yo moveré la roca

Autor Desconocido

viernes, 1 de mayo de 2015

El Espejo de Matsuyama


En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos que tenían como centro y alegría de sus vidas a su pequeña hija.

Un día el marido tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos. Ante el temor de su mujer por viaje tan largo y a un mundo tan desconocido, la consoló con la promesa de regresar lo antes posible y de traerle, a ella y a su hijita, hermosos regalos.

Después de una larga temporada, que a la esposa se le hizo eterna, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y pudo oír de sus labios lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.

-Para ti - le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.

Era un objeto redondo, blanco por un lado, con adornos de pájaros y flores, y  por el otro muy brillante y terso. Al mirarlo, la mujer, que nunca había visto un espejo, quedó fascinada y sorprendida al contemplar a una joven y alegre muchacha a la que no conocía. El marido se echó a reír al ver la cara de sorpresa de su esposa.

-¿Qué ves? -le preguntó con guasa.

-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme.

-Querida -le dijo el marido-, lo que ves es tu propia cara reflejada en esa lámina de cristal. Se llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.

La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo; lo guardó con sumo cuidado en una cajita y sólo, de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse.

Pasaba el tiempo y aquella familia vivía cada día más feliz. La niña se había convertido en una linda muchacha, buena y cariñosa, que cada vez se parecía más a su madre; pero ella nunca le enseñó ni le habló del espejo para que no se vanagloriase de su propia hermosura. De esta manera, hasta el padre se olvidó de aquel espejo tan bien guardado y escondido.

Un día, la madre enfermó y a pesar de los cuidados de padre e hija, fue empeorando, de manera que ella misma comprendió que la muerte se le acercaba. Entonces, llamó a su hija, le pidió que le trajera la caja en donde guardaba el espejo, y le dijo:

-Hija mía, sé que pronto voy a morir, pero no te entristezcas. Cuando ya no esté con ustedes, prométeme que mirarás en este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que, aunque desde muy lejos, siempre estaré velando por ti.

Al morir la madre, la muchacha abrió la caja del espejo y cada día, como se lo había prometido, lo miraba y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la enfermedad.

Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y aunque su madre no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.

Un día el padre la vio delante del espejo, como si conversara con él. Y ante su sorpresa, la muchacha contestó:

-Padre, todos los días miro en este espejo y veo a mi querida madre y hablo con ella.

Y le contó el regalo y el ruego que su madre la había hecho antes de morir, lo que ella no había dejado de cumplir ni un solo día.

El padre quedó tan impresionado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que, tal vez por la fuerza del amor, se había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.


Anónimo Japonés