Había una vez una estrella que se llamaba Luz Azul.
Aunque la verdad era que mucha luz no tenía. De hecho, era la estrella
que menos brillaba; por eso el resto de las estrellas se burlaban de ella.
Pero ella no se quejaba nunca, ni tampoco les decía nada a los astros que
se metían con ella. Todas menos Piedra Verde, una estrella que sentía lástima
por ella.
-Yo diría que cada vez brillas menos -le dijo un
día la presumida estrella polar-. No eres ni la mitad de bonita que yo, que soy
la que más brillo. Además, tú estás más sucia.
Luz Azul se entristeció al oír estas palabras. La
estrella polar a veces se cambiaba de lugar, y ese día se estaba metiendo con
ella continuamente. Aun así, le dijo suavemente:
-Bienvenida a este trocito del cielo. Siento
brillar tan poco y estar tan sucia. De todos modos, espero que lo pases bien
aquí.
-¡Cómo esperas que lo pase bien aquí! -dijo
desdeñosamente-. Confío en irme de aquí lo antes posible. Y tú, mejor que te
vayas a otro sitio y no me molestes.
Luz Azul se retiró silenciosamente muy afligida.
Era cierto que estaba algo sucia y que casi no brillaba, pero, ¿qué podía hacer
ella para solucionarlo? Ella no podía remediarlo. Se consoló pensando que al
día siguiente, por la noche, sería el día de Nochebuena. Y con esos
pensamientos, se quedó dormida. Las estrellas siempre dormían durante el día y
estaban brillando en el cielo durante la noche.
A la noche siguiente, intentó brillar con todas sus
fuerzas, pero sólo consiguió emitir unos débiles destellos que casi no se
notaban. Y estuvo escuchando de nuevo las burlas y desprecios de la estrella
polar. Intentó no entristecerse mucho, porque ese día era Nochebuena. Cuando
Luz Azul se fue a dormir, antes de lo normal (al menos para una estrella) pensó
un deseo. Sabía que seguramente no se cumpliría, puesto que pensaba que no
dejarían nada para ella, porque no brillaba, estaba vieja y sucia, y era
pequeña, y todos la despreciaban. A pesar de eso, pensó: "Lo que más me
gustaría es que todas las estrellas, y los astros, y los humanos, y el cielo entero
fueran felices. No pido nada para mí, quiero que todos sean lo más felices que
puedan".
Y la pequeña estrella se quedó dormida.
A la tarde siguiente, cuando las estrellas más
madrugadoras se habían despertado ya para brillar espléndidamente durante la noche,
le despertó Piedra Verde diciendo:
-¡Despierta, Luz Azul, vamos, despierta! ¡Tienes
que ver esto! ¡Despierta!
Luz Azul se levantó perezosamente y observó que,
aunque algunas estrellas estaban levantadas, ninguna de ellas brillaba.
Entonces se dirigió a su amiga:
-¿Qué querías, Piedra Verde? ¿Por qué me has
despertado?
-¡Tienes que ver esto, vamos, ven!
La estrella la siguió, y cuando había recorrido un
poco más de cinco metros, vio un pequeño sobre de color rojo claro, y sobre el
papel del sobre, impreso en gruesas letras negras ponía claramente: "Luz
Azul"
Luz Azul estaba atónita. Nunca había recibido un
regalo. Al cabo de unos segundos dijo con un hilo de voz:
-¿Para… para mí?
-¡Pues claro que sí! ¿No ves lo que pone? -dijo
Piedra Verde sonriéndole-. ¡Vamos, Luz Azul, cógelo ya que es tuyo!
Ella cogió el sobre y vio que no tenía ningún
remitente. En el cielo, la mayoría de las estrellas habían comenzado a brillar.
Luz Azul sacó del sobre un papel blanco bastante largo, y cuando iba a ver lo
que ponía, le dijo su amiga:
-Bueno, yo tengo que irme, porque tengo que estar
en mi puesto para completar la constelación de Orión. Luego, si quieres, me
cuentas lo que pone en la carta.
Luz Azul asintió distraídamente mientras extraía
completamente el papel blanco.
Lo primero que vio fue una caligrafía curva, pulcra
y estilizada. Leyó la carta. Decía:
Querida estrella:
Sé cuál es el deseo que pediste por Navidad.
Siento decirte que no puedo cumplirlo. La felicidad viene de dentro, no de
fuera. La felicidad está dentro de cada estrella, de cada humano, de cada astro
que ves en el cielo. Lo que pasa es que no todos saben buscarla, amiga Luz
Azul.
Pero te concedo una cosa que también te va a
gustar. No sé si lo sabrás, pero yo me fijo sobre todo en los más humildes. Y
entonces te vi a ti. ¿Nunca te has dado cuenta, Luz Azul? ¿Nunca te has dado
cuenta, por ejemplo, de que significativamente tu nombre se lee igual del
derecho que del revés? Así te vi yo: transparente, sencilla. Otro ejemplo: te
vi un día que pasaba una estrella llorando porque un meteorito le había roto un
extremo. ¿Y qué hiciste tú? Le ofreciste tu propia punta, te la arrancaste
reprimiendo un terrible chillido. Se la diste, y ella se fue correteando
alegre. Sabes que por eso te falta ahora.
Y como una buena estrella colgada en el cielo, como
soportas los desprecios sin abrir la boca. Por eso te quiero recompensar. Serás
la estrella que más brille en el firmamento; el lucero más luminoso, Luz Azul.
Quiero que esto no te quite tu humildad; al contrario, que te la aumente. El
brillo exterior no importa en realidad, aunque seas una estrella. Brilla
siempre por tu sencillez.
Feliz Navidad.
A medida que la estrella iba leyendo estas
palabras, su cuerpo se iba haciendo más luminoso, su brillo más
resplandeciente, y su corazón inundado de la felicidad que había encontrado en
su interior al leer la carta, se iba haciendo más y más grande.
Y hasta hoy sigue siendo la estrella más luminosa
del cielo. Jamás se ha portado mal con la estrella polar que se burlaba de
ella, y que se arrepintió.
Si ves algún día una estrella sonriente de un
brillo especial, recuerda que su nombre se lee igual del derecho que del revés.
Recuerda que brilló por su humildad y sencillez,
como no solo pueden brillar las estrellas. Es Luz Azul.
Feliz día, amor y paz.
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